A sus 75 años, Vicente Paniagua (Alcázar de San Juan, 1947) ha recibido merecido reconocimiento a una vida volcada por el baloncesto español y de su comunidad, Castilla-La Mancha: la construcción en la localidad de un pabellón multiusos en Alcázar de San Juan con su nombre o su nombramiento como Hijo Predilecto de la localidad ciudadrealeña. El alero, que ganó tres Copas de Europa y diez Ligas a lo largo de una longeva carrera en el primer equipo blanco que duró once temporadas, habla, entre muchas otras cosas, de su llegada al club blanco, la vida en la capital a mediados de los 60 y su otra pasión: la música.

¿Cómo fueron tus inicios en el mundo de la canasta?

Viendo jugar a mis primos y mi hermano mayor en Alcázar de San Juan, en un corral que funcionaba a modo de almacén para vender queso manchego. A mí, viéndoles, me picó el gusanillo. Usábamos las tablas de las cajas para hacer canastas (por llamarlas de algún modo), y ahí empezamos a tirar con pelotas de goma. Poco a poco fuimos subiendo el aro, que era de madera, hasta dar un salto al equipo del Colegio Trinitarios, donde me incorporé en categoría Infantil. Todo fue muy rápido y con 15 años ya jugaba en Segunda División regional con gente muy mayor; con 16 participé en dos fases de ascenso a Primera División. Como consecuencia de esto, cuando llego al Real Madrid un año más tarde, tanto la liga de la capital como la de la comunidad e incluso la Selección Española son para mí como un bizcochito tierno, porque llegaba de jugar contra gente mayor, hecha y derecha. Jugar con gente de mi edad era comodísimo. Vine al Buen Consejo y jugué en la Liga Escolar, pero a la vez también lo hacía con el Real Madrid y con ambos nos convertimos en Campeones de España en sus respectivas categorías.

¿Quién te descubre y te ficha para el Real Madrid?

Fue Manolo Villafranca, cuando vino a jugar a Alcázar el Torneo de Ferias con el Fátima, en Segunda División. Nos enfrentamos y tuve la suerte de tener un día bueno, así que en el descanso Manolo ya estaba hablando conmigo para preguntarme si quería irme con él a Madrid. Le presenté a mi padre y aceptamos enseguida. Yo había estado en unas pruebas en el Frontón Fiestalegre un año atrás, en 1963, cuando en una locura de juventud me cogí un tren y me planté en la capital para hacerlas con unos 200 jugadores. Hablaron conmigo para que me quedase pero de aquellas no te pagaban, si tenías familia en Madrid te quedabas y jugabas con ellos, eso es todo. Aquello retrasó mi llegada al club hasta el año 1964, pero me vino bien porque me permitió coger mucha experiencia con jugadores muy fogueados. Cuando el Madrid realmente apostó por mí yo ya tenía una oferta de Antonio Díaz Miguel para jugar en el Águilas de Bilbao, pero Pedro Ferrándiz no permitió que fichara con ellos y diseñó un equipo a medida para mí y Toncho Nava en Juveniles. Se nos unió Cristóbal Rodríguez y arrasamos. Recuerdo que, después de aquello, una tarde Ferrándiz habló conmigo en un café y me dijo que quería contar conmigo para el primer equipo. Yo había disputado la Copa de España con ellos, pero sólo la final, en la que me pusieron de perro de presa con Nino Buscató. Aquella defensa gustó mucho, metió sólo dos puntos, y quedamos campeones de España.

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Y así empezó tu larga carrera en el primer equipo…

Sí, allí pasé once años. Cuando llegó mi primera temporada, Ferrándiz había hecho limpieza y se quedaron Emiliano, Carlos Sevillano, Lolo Sainz, Luyk y Moncho Monsalve, dejando solamente a esos cinco jugadores; a tres, que éramos Toncho Nava, Cristóbal Rodríguez y yo, nos sube, y se trae a José Ramón Ramos del Estudiantes, Ramón Guardiola desde Granada y del Águilas llega Miles Aiken. Aquel fue un equipo revolucionario porque lo cambió todo. El primer año ganamos la Copa de Europa pero perdemos la Liga, y en las diez campañas posteriores siempre ganamos la Liga, estando incluso tres o cuatro temporadas imbatidos.

En esas once temporadas te tocó vivir de todo.

Sí, si la analizas, mi trayectoria es muy curiosa. A veces me preguntaba por qué había temporadas en las que jugaba tan poco. El otro día lo hablaba con Vicente Ramos y llegamos a la conclusión de que si hubiéramos jugado ahora, en una época en la que los entrenadores han apostado claramente por sistema con muchísimas más rotaciones, el Real Madrid de entonces hubiera sido aún mejor todavía, porque realmente los jugadores que llamados reservas entre comillas éramos muy superiores a los titulares de cualquier otro equipo. Lógicamente podríamos haber ido a otro equipo a jugar más pero no se pagaba y estabas tan a gusto en el Real Madrid que no querías irte. En esos once años, fui a la Selección Española y pasé por algunos años de estancamiento en los que había jugadores que jugaban más que yo. Más tarde, aprovechando la retirada de Emiliano, empecé a jugar mucho más hasta la llegada de Walter Szczerbiak. Ahí me gané una titularidad durante casi dos temporadas y disfruté de mucha confianza. Cambiamos de entrenador a Lolo Sainz, que me conocía muy bien y sabía lo que era capaz de hacer.

¿Tu carácter abierto y tu reputación como jugador de equipo te ayudaron a estar tanto tiempo tan arriba?

Sí, creo que jugó a mi favor, pero siempre he dicho que me consideró un jugador con suerte, desde el día que aparece Villafranca por Alcázar y me ficha, si no lo mismo había terminado en el Águilas. Es cierto que Ferrándiz me tenía mucho aprecio como jugador y como persona, pero también se dio la circunstancia de que además coincidió con el momento en que la vieja guardia del equipo, gente como Lolo, Emiliano o Sevillano se fueron retirando y quedamos entre medias jugadores como Vicente Ramos, Cristóbal y yo. Fichamos a Corbalán, Cabrera, Prada y nos convertimos en esos veteranos que hacían piña, metiendo a los nuevos en la dinámica de lo que era el Madrid. De cualquier modo, gente como Cristóbal o yo podíamos salir dos minutos y jugar al máximo, sin una sola mala cara. Wayne Brabender dijo en una ocasión que el nivel que el equipo exhibía en los partidos se debía a que en los entrenamientos había gente como nosotros pegados a los titulares, obligándoles a hacerlo lo mejor posible cada día. Así era conmigo y Wayne, con Cristóbal y Walter Szczerbiak, con Carmelo Cabrera y Vicente Ramos… Ese nivel de dureza, de competitividad, era lo que hacía un equipo campeón. Por mucho que me diera cuenta de que Wayne era mejor que yo, constantemente me decía a mi mismo que podía suplirle y hacerlo tan bien como él o mejor incluso. Esa mentalidad mantenía ese nivel de juego. Hoy en día sería más fácil porque todos disfrutaríamos de más minutos.

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Como internacional tienes un historial extraño.

Cierto, volví a la selección con 27 años después de la primera vez, que fue con 19. Me pasé la friolera de ocho años sin ir, siempre he pensado que era porque del Madrid íbamos cinco jugadores, ni uno más. Del Barça dos, del Estudiantes uno, era una especie de sistema de cupos. No estaba escrito que fuera así pero era como sucedía, así que estuve preseleccionado no sé ni las veces, pero no me quedaba. Finalmente se retiró Emiliano y volví, para mí fue como un reconocimiento.

¿Cómo es la llegada a Madrid para un chico de provincias a mediados de los 60?

La vida era muy diferente. Yo conocí Madrid gracias a las pensiones, porque te cambiaban de sitio a menudo. Mi compañero desde el principio fue Cristóbal Rodríguez, estuvimos juntos siete años. Normalmente compartías habitación y luego, más adelante, ya tenías la tuya propia. La primera en la que estuvimos fue una modestísima en el barrio de Argüelles, que era de una señora italiana. En esta sólo estábamos nosotros dos, porque en otras en las que estuvimos había inquilinos, hasta 50, de todas las procedencias. En general siempre estaba todo bien organizado, pero sí que recuerdo como anécdota que pasamos por una en la calle Mejía Lequerica que directamente era un burdel, ni pensión ni nada, se veía un ir y venir de señoritas en camisón continuo. En esa no duramos ni quince días, la comida era espantosa, te daban una sopa de Avecrem con una yema de huevo. Aún recuerdo el hambre que pasé en ese mes de febrero. El negocio estaba claramente orientado hacia otras actividades (risas).

¿Qué tipo de vida hacíais?

Muy sencilla: por la mañana estudiar en el colegio o la facultad, comer lo que te pusieran (muchas veces con ayudas de casa) y entrenar y entrenar. También recuerdo que estuvimos en  una pensión del Retiro en la que pasamos una sola noche porque era de una pobre señora mayor que falleció sin darnos tiempo si quiera a instalarnos. De las últimas que recuerdo es la de una gallega, Doña Manolita, en la que Cristóbal se quedó porque hizo amistad con compañeros canarios, y yo me marché con dos buenas piezas: los jovencísimos Rafa Rullán y Luis Mari Prada. Aquel era un entorno en el que se creaban amistades eternas, de hermanos. Después de todo este periplo, lo habitual era casarse a los 25 o 26 años e irse finalmente a vivir un piso, pero daba igual, seguíamos unidos porque nuestras mujeres se hicieron buenas amigas y manteníamos una gran cercanía entre nosotros.

Equipo

En el libo de Juan Corbalán, ‘El baloncesto y la vida’, el mítico base menciona tu famosa vena artística.

Sí, Juan dice que yo hubiera vendido mi alma al diablo por ser telonero de los Beatles o cantante de Los Canarios (risas). Y sí, me encanta la música y quizá hubiera sido así si no me hubiera venido a Madrid a jugar a baloncesto, y eso que en mis dos primeros años aquí seguí tocando en mis ratos libres y en las ferias cuando volvía a Alcázar. Esos escarceos llegaron a oídos del club y con los años a Raimundo Saporta le gustaba comentar que me habían sacado de una mala vida, drogas y pelos largos.

¿Es cierto que en el club te controlaban los cortes de pelo o tu indumentaria?

Efectivamente. No me dejaban llevar patillas largas, por ejemplo. Ni flequillo. Nada que se asemejara remotamente a los peinados de los Beatles, que eran los que a mí me gustaba llevar en aquellos años. Cada dos por tres tenía encima a Ferrándiz que le decía a nuestro delegado, Francisco Amescua, “Paco, dile a Paniagua que se pele”. Y luego resulta que dejo de jugar y llega toda la tribu de Iturriaga y compañía y se dejan pelo largo, barba…

En cuanto a la oferta musical, Madrid sería muy diferente de Alcázar.

Por supuesto. Me movía mucho en el ambiente musical de Madrid, en salas de fiestas y conciertos, eran justo los años en los que empezaba a gestarse la Movida. Me gustaba mucho la música en directo y en eso el club no se metió nunca, iba a Picadilly y JJ a ver a grupos como Los Bravos, Miguel Ríos, Los Módulos, Los Canarios… Cuando estos últimos sacan ‘Get on your knee’ y se convierte en número uno, a Teddy Bautista le destinan a Canarias para hacer la mili, justo donde yo me encuentro. Nos hicimos amigos y montamos un trío fenomenal con un compañero que era futbolista. Íbamos a ver tocar a Teddy y él venía a vernos en nuestras pachangas. Corbalán decía lo de Los Canarios porque sabe que yo ensayé mucho con ellos e incluso estuve cerca de que mi carrera tomara un giro musical (risas). Siempre he creído que podría haber sido un buen productor, tenía facilidad para descubrir grupos simplemente con oir una canción. Sigo yendo a conciertos, es algo que me encanta. Vi a los Beatles y recientemente a los Rolling Stones en el Santiago Bernabéu.

Y eres aficionado a los karaokes…

Sí, es verdad, me gusta mucho subirme a un escenario. Este verano lo hice con mis sobrinos y su grupo, Los Flacos, en la feria de Alcázar, cantamos tres o cuatro canciones juntos. Lo de los karaokes me sirve para matar el gusanillo y entrenar la voz un par de veces al mes. Además, trabajé durante tres años en un programa de radio de La Ser, también en Alcázar. Me pones un micrófono delante y me vengo arriba.

En los últimos años te han llovido reconocimientos por tu carrera baloncestística, no sólo por tu trayectoria en el Real Madrid sino por tu trabajo en el baloncesto castellano-manchego.

Sí, dieron mi nombre al Pabellón Municipal de Alcázar de San Juan y me han hicieron Hijo Predilecto de la localidad. Imagínate cómo me siento, siempre he estado muy unido a mi pueblo. Cuando jugaba, me llevaba a todos mis compañeros allí y, ahora, desde que me retiré, he llevado a nuestro equipo de veteranos muchas veces. Cuando dejé de jugar tuve una buena oferta para irme a jugar Tenerife o Manresa, cuya proposición a veces dudo si no debí aceptar. Sin embargo, decidí volver a mi casa, jugar, montar una escuela de jugadores, una asociación de entrenadores, empezamos a dar cursos de todo tipo… en resumen, mover el baloncesto, que había estado muerto durante muchos años. Conviviendo con la gente, llegó un momento en el que el primer presidente que hubo en la Federación de Castilla La Mancha, José Luis García, me nombra director deportivo, y montamos las selecciones autonómicas, muchos proyectos. Poco después me presentó a las elecciones como presidente porque estaba en desacuerdo con algunas cosas  y las gano para ocupar el puesto durante 16 años. Todo esto unido a mi trabajo en la Caja de Castilla-La Mancha, claro. Y la verdad es que me han ido llegando muchos reconocimientos, siempre he estado muy agradecido, pero esto ha sido el colofón para mí, me pone realmente contento.

Te vestiste de corto con el equipo de las Leyendas Blancas hasta hace muy poco tiempo…

A ver, es que lo mío es un milagro, soy el único jugador que conozco que no ha tenido que pasar por el quirófano, cuando entre mis compañeros el que menos ha pasado dos veces. Ni rodillas, caderas, hombros o espalda, nada. Siempre digo en broma que como jugaba menos que otros por eso estoy menos cascado, pero aparte de eso en más de 40 años siempre he tratado de mantenerme en forma, sea jugando o en el gimnasio.

Se cuenta que como buen embajador de Castilla-La Mancha es conocida tu afición por llevar tortas de Alcázar y mistela (un licor de mosto de uva y alcochol) a los partidos de veteranos, y que muchas veces son consumidas minutos antes de los partidos o incluso en el descanso.

(Risas) Sí, las llevaba más antes, es un producto tan bueno que siempre hay quien no es capaz de aguantarse o ese que en el descanso dice que va al servicio cuando en realidad lo que hace es ir al vestuario a comerse alguna.

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