Carmelo Cabrera (Las Palmas de Gran Canaria, 1950), director de juego del Real Madrid durante 11 temporadas (desde la temporada 1968/69 hasta la 1978/79), al que los aficionados al baloncesto recuerdan como un base genial que disfrutaba y hacía disfrutar a los demás en el campo fruto de un estilo de juego explosivo e imaginativo fue nombrado Hijo Predilecto por el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria en 2015 y poco después publicó su biografía autorizada: ‘Carmelo Cabrera, El Globetrotter Blanco’ (Editorial Círculo Rojo), escrita con precisión y paciencia por el periodista canario José Luis Hernández a lo largo de cuatro años bajo una premisa: poder ofrecer a los lectores el perfil más fiel de su figura contando con sus propias reflexiones y vivencias, tanto en el plano deportivo como en el personal. En la siguiente entrevista, entre muchos otros aspectos, hablamos con Carmelo de su nuevo libro, repasamos su carrera en el Real Madrid desde su marcha de las islas rumbo a la capital y charlamos sobre cómo desarrolló su trayectoria deportiva un mago del balón cuyo estilo de juego se alejaba del prototipo de jugador de la época en nuestro país.
Leyendas Blancas: Llevas una vida muy ajetreada. El reconocimiento que supone ser nombrado Hijo Predilecto de las Palmas de Gran Canaria, la publicación de tu biografía autorizada…
Carmelo Cabrera: Desde luego. En realidad, tardamos algo más de cuatro años de mucho trabajo para finalizar el libro. Recopilamos muchísimos datos de sitios diferentes: actas de partidos, resúmenes, noticias… Hay que tener en cuenta que el libro comienza cuando yo tenía tan solo 15 años. Haber sido nombrado Hijo Predilecto de mi ciudad es algo muy importante que no me esperaba. Nunca esperas reconocimientos de este tipo. Hace ya más de 15 años que me concedieron la Medalla de Oro al Mérito Deportivo de mi ciudad y comprobar tanto tiempo después que se vuelven a acordar de ti te llena de orgullo, pero a la vez te invade una enorme responsabilidad, porque se trata de algo que del mismo modo que se te concede se te puede retirar. Conlleva mantener una conducta ejemplar en cada momento, algo que siempre he tratado de hacer y me gustaría seguir haciendo, porque te conviertes en embajador del baloncesto y de tu ciudad, un espejo en el que la gente, otros deportistas, se miran.
LB: ¿Cómo fueron tus inicios en el baloncesto? ¿Cómo es el proceso que culmina con tu fichaje por el Real Madrid?
CC: Comienzo a jugar en el Colegio Corazón de María, después llamado Claret, para después pasar al Club de Natación Metropole, con el que quedamos campeones de España juveniles en Bilbao, precisamente en el colegio al que iba Juanma López Iturriaga, a quien conocí un año después con 13 años. Allí, contacté con Paco Díez, que era el presidente del Águilas de Bilbao y me quiso fichar, y también con Manolo Padilla, que fuera delegado de la Selección Española y empleado de la Ferderación Española. Poco después, la FEB hizo la denominada ‘Operación Valores’, que no hay que confundir con la conocida ‘Operación Altura’, a la que yo no podía acceder por cuestión de estatura. Era una especia de preselección con vistas a un Europeo que se iba a celebrar en Vigo y todas las federaciones mandaban jugadores en función del número de jugadores que tuvieran. Madrid, por ejemplo, enviaba siete u ocho, y Barcelona igual, pero otras como Las Palmas sólo podían mandar uno, que fui yo. A partir de ahí fui pasando cortes, y es que al principio el nivel era francamente malo, hasta que finalmente nos quedamos unos 20 llegados del Real Madrid, Joventut, Estudiantes… Al ver que yo también me quedaba, mis compañeros me preguntaban que dónde jugaba y yo les respondía que en el Metropole. Me miraban raro y me decían “¿Y eso qué es?”, así que les expliqué que era un club de natación al que habíamos ido varios jugadores del colegio, que habíamos puesto un par de canastas en una explanada y ya el primer año habíamos ganado el Campeonato de España. Fue justo en esa preselección cuando conozco a Antonio Díaz-Miguel, que me elige para esa selección junior y entonces aparece Pedro Ferrándiz, que decide ficharme para el Real Madrid Junior y a los tres meses, con 18 años, me pasa al primer equipo.
LB: ¿Quién estaba en ese equipo junior?
CC: En ese equipo coincido ya con Rafa Rullán, que había llegado con 15 o 16 años a juveniles. Jugamos juntos en junior y hicimos la mili juntos; para mí era como un hermano menor porque como yo tenía carnet de conducir, le llevaba a todos los sitios porque él aún no tenía coche, igual que a Iturriaga y a otros muchos a los que recogía para ir a entrenar y después iba devolviendo a sus casas. Rafa y yo no vivíamos juntos, porque primero yo me alojé en una pensión de la calle Andrés Mellado por la que él había pasado; cuando me voy a la de Zurbano, donde había estado viviendo él, resulta que se cambia a la de O’ Donnell, donde más tarde por fin coincidimos, aunque por poco tiempo.
LB: ¿Cómo iban las cosas en el plano deportivo siendo tu estilo de juego tan atípico para la época?
CC: Bueno, es cierto que yo tenía un estilo de juego diferente, había quien lo llamaba anárquico. El caso es que aquí nadie jugaba de ese modo, que era muy personal, algo que había desarrollado sin copiar a nadie porque a diferencia de hoy en día no había manera de ver cómo se jugaba en otros sitios. A mí, cuando viajaba, el baloncesto que veía me parecía serio y hermético. Recuerdo a la URSS y a los países de más allá del Telón de Acero con un juego tan esquemático basado siempre en lo mismo, algo muy sobrio y triste, un poco como el carácter de la Unión Soviética en aquella época. Todo aquello chocaba conmigo, con la forma de la que yo veía el juego. A mí me gustaba pasarme el balón entre las piernas, por la espalda, dar un pase mirando al otro lado, anotar lo más rápido posible.
LB: Un estilo de juego que va con tu carácter…
CC: (Risas) Sí, un poco como de relaciones públicas. A mí me gustaba sonreir en el campo y a veces la gente se pensaba que me reía del contrario. Si pintas silbando, si pintas cantando o si pintas sonriendo, ¿por qué no te lo vas a poder pasar bien jugando al baloncesto? Se trataba también de disfrutar, yo hacía algo que para mí era un juego y me lo pasaba muy bien.
LB: Pero tu juego no se ajustaba mucho al modelo que quería Ferrándiz para el Real Madrid.
CC: Sí, por supuesto llega el momento en el que chocas con alguien que no ve el baloncesto de ese modo, en mi caso Pedro Ferrándiz. No siempre podía jugar con sus sistemas, con la pizarra y el “ahora tienes que ir aquí, luego aquí y luego allá…” porque mi juego era más de robar balones, algo sencillo pues no había un gran manejo de balón, y salir corriendo al aro. ¿Qué sistema iba a hacer? Los aleros más rápidos enseguida corrían, se abrían y yo se la daba para que tiraran de fuera rápidamente.
LB: Una manera de ver el baloncesto similar a la de bases actuales como Sergio Rodríguez o Ricky Rubio, con legiones de seguidores por su vistoso juego.
CC: Sí. Para mí es curioso, porque ellos son muy jóvenes y no me vieron jugar, pero con el «Chacho», por ejemplo, es con quien más me identifico porque intenta crear en cada jugada, generar desequilibrios, hacer mejores a su compañeros, facilitarles las cosas, darles asistencias. Ahora anota más porque se ha dado cuenta de que además es un gran tirador y puede definir y decidir en momentos importantes del juego, pero en definitiva es un base que juega para los demás. ¿Cuántas veces se ha beneficiado Felipe Reyes de esa facilidad para crear oportunidades? Todos esos ‘pick and rolls’ y cómo le busca en la continuación para una canasta fácil…
LB: Un poco como tú con Nate Davis en Valladolid…
CC: Claro. Aunque Nate era un jugador que ponía el codo en el aro y eso que sólo nos sacaba unos pocos centímetros. Yo aprovechaba esas condiciones físicas al máximo porque era un portento. No era muy fuerte mentalmente, tenías que estar animándole mucho porque a veces se venía abajo, se volvía triste; pero eso sí, si estaba fuerte, podía hacerte 50 puntos con una mano rota. Había ocasiones en que tenías que insistirle tú para que recibiera el balón y otras en las que te decía “Dámela más alta, nadie puede pararme”, para que le tiraras un ‘alley-oop’. Para mí, esa era una mis facetas menos conocidas, la de animar a compañeros como él o Wayne Brabender si tenían algún momento más bajo, para que no cedieran y los pudiéramos recuperar para el partido, algo que conseguí en muchas ocasiones estando con ellos. Me sentía orgulloso de poder hacer esa labor.
LB: Por aquel entonces, los ‘alley-oops’ eran algo casi de otro mundo…
CC: Sí, no se veían apenas porque entre otras cosas el reglamento prohibía pasar por encima de los 305 centímetros del aro y te anulaban la canasta. Me pasó muchas veces con los árbitros. El caso es que era una norma fabricada a medida por FIBA para que Tkachenko no se pusiera debajo del aro, se la tiraran arriba y metiera una tras otra. Afortunadamente la quitaron y ahora puedes pasarla todo lo alto que quieras. Me gustaría que se revisaran más las normas, como esas faltas tácticas que vemos hoy en día y que nos privan de un baloncesto mucho más espectacular al contraataque, favoreciendo al infractor.
LB: ¿Crees que el elevado nivel y exigencia del Madrid te obligó a encorsetar un poco tu juego?
CC: Efectivamente, en el Madrid había una calidad que no tenían otros equipos y el objetivo de ganar títulos siempre existía, por eso se podía demandar un papel muy concreto a cada jugador. En otros equipos esto no sucedía. Diría que el primer año que jugué a las órdenes de Lolo Sainz gocé de bastante libertad y con Ferrándiz no tanto. Yo creo que en el fondo a él le gustaba cómo jugaba, pero iba en contra de sus principios. Más de una vez le vi sonreir cuando robaba un balón, me lo pasaba por la espalda y daba una asistencia. Creo que en el fondo le gustaba pero no quería reconocerlo. Alguna vez jugaba muy bien un partido y el siguiente me lo pasaba en el banquillo. Él me decía “para que no creas que eres muy bueno y no se te suban los humos”. A veces la situación era ingrata para mí, porque si íbamos ganando no jugaba mucho y si perdíamos tenía que salir como revulsivo para darle la vuelta al partido, con el riesgo de ser señalado si no lo conseguía. Afortunadamente, perdíamos muy pocos partidos.
LB: ¿Qué hay de cierto sobre tu superstición con el número siete? Lo llevaste siempre que pudiste e incluso llegaste a matricular tu coche con el “7777”?
CC: Nada, porque no he sido supersticioso nunca. Heredé el dorsal de Lolo y es un número que siempre me ha gustado porque representa muchas cosas: las siete notas de la escala musical, los colores del arco iris, las Islas Canarias, los pecados capitales, las plagas de Egipto… Simplemente, me gusta, es el que busco si juego a la lotería, pero no por superstición, es algo mucho más anecdótico. Lo de la matrícula “7777” de mi coche sucedió porque cuando en aquella época lo compré en Canarias, ya estaba muy próxima y conocía a una persona de tráfico que me hizo el favor.
LB: Háblanos de la estrecha amistad que te une a Walter Szczerbiak. Nos comentó hace meses en una entrevista que sois muy buenos amigos.
CC: Walter y yo compartimos habitación de hotel todos los años que él estuvo en el Madrid. Yo le enseñaba español y el me enseñaba inglés. A él le gustaba mucho la música e iba a todos los desplazamientos cargado hasta arriba con un transistor y altavoces. Solíamos escuchar a Bob Dylan, Neil Diamond, Cat Stevens, Bob Marley… todo lo que se llevaba en aquella época. Pero a mí quienes me gustaban de verdad eran los Beatles, que a él le gustaba menos porque era más de música americana. Mantengo mucho contacto con él y con su mujer, Marilyn, son como hermanos para mí. Les visité durante dos semanas recientemente y todas las semanas hablamos por Skype de lo humano y lo divino durante al menos una hora, siempre en español. Nos tenemos informados de todo lo que pasa allí y aquí. Walter y Wayne (Brabender) son los dos jugadores de fuera con los que mejor congenié.
LB: Para concluir, por favor, define ‘Carmelo Cabrera, El Globetrotter Blanco’ y qué se va a encontrar el lector cuando abra sus páginas.
CC: Una biografía dividida en cuatro cuartos, como un partido de baloncesto: mis inicios en Canarias, mi paso por el Real Madrid, el regreso a Canarias y la etapa de Valladolid y el período en el que jugué con la Selección Española. Un camino lleno de anécdotas y curiosidades desconocidas hasta ahora, de las que no quiero contar mucho para mantener el factor sorpresa, y muchas imágenes inéditas. Su autor, José Luis Hernández, me transmitió la idea de hacer un libro como tributo a mi figura y yo he querido dejar un testimonio fiel a toda mi trayectoria como jugador de baloncesto.