La carrera deportiva de Francisco Capel (Madrid, 1933), uno de los tres miembros más veteranos de la Asociación de Jugadores de Baloncesto del Real Madrid, contiene una llamativa historia de superación personal en una época en la que el baloncesto no contaba con los recursos actuales y la profesionalización era un privilegio reservado a jugadores reclutados por los grandes clubes en el extranjero. El que fuera jugador del club blanco durante dos temporadas (1958-60) e internacional en 26 ocasiones, nos habla de la grave lesión que le provocó una pérdida completa de visión en el ojo derecho y como a pesar de ello logró ser internacional y fichar por el Real Madrid. Además, Capel nos habla de su longeva etapa como entrenador, en la que trabajó con jugadores como Alberto Herreros, y sobre cómo ha cambiado el baloncesto desde los días en los que el primer equipo jugaba en las instalaciones del añorado Frontón Fiestalegre.
LEYENDAS BLANCAS – Muchos te recuerdan como un jugador polivalente. ¿Cómo te definirías tú?
FRANCISCO CAPEL – Bueno, el caso es que jugaba en todas las posiciones: de base, alero o pívot, pero es cierto que en aquella época, y midiendo 1,90 como yo, prácticamente todos los entrenadores me ponían a defender al pívot contrario, porque tenía la estatura suficiente y cierta habilidad para defenderlos. Se me daba muy bien defender a Alfonso Martínez, uno de los pívots del FC Barcelona en aquella época, por ejemplo.
LB – Hoy en días casi es necesario tener esa estatura para ser base. ¿Cómo ha cambiado el baloncesto desde que tú eras jugador?
FC – Indudablemente, el cambio más brutal se percibe en la cuestión física, ahora los jugadores son más grandes y están mucho mejor preparados. La dedicación ya es total, no como cuando jugábamos nosotros, y eso se nota en todos los aspectos. Ahora ves jugadores muy musculados que con una estatura como la mía la meten para abajo metiendo hasta el codo. Nosotros ni llegábamos. En cuanto a fundamentos, observo que hay menos diferencias, entre nosotros había jugadores con una técnica excepcional. Desde Martínez Arroyo a Corbalán, hemos visto jugadores de una calidad extraordinaria. En ese aspecto se ha avanzado mucho menos. Nosotros nos apoyábamos más en el talento que en el físico, desde luego. Había jugadores algo pasados de peso que jugaban francamente bien y destacaban mucho, y eso hoy en día es impensable.
LB – ¿Ser profesional y vivir del baloncesto se contemplaba como una posibilidad real en los años cincuenta?
FC – No. En aquella época había cuatro jugadores extranjeros, muchas veces puertorriqueños como Johnny Báez, Willo Galíndez o Freddy Borrás, que se dedicaban al baloncesto de forma profesional, casi siempre en el Real Madrid o en el FC Barcelona. Vivían con lo que ganaban jugando, mientras que el resto recibíamos una compensación económica por el tiempo empleado en los entrenamientos y viajes, pero sólo eso. Hay que pensar que igual entrenábamos tres días a la semana, y un par de horas por día. Comparado con lo que se hace ahora, no hay color. Nosotros estudiábamos o trabajábamos, te buscabas los medios con los que ganarte la vida. Yo estudié peritaje industrial.
LB – Y, como sucedió en tu caso, había ocasiones en las que además entrenabais y jugabais con la selección…
FC – Sí, pero la historia de mis internacionalidades es algo peculiar. Primero, porque para ser 26 veces internacional tuve que pasar cinco años en la selección. Ahora 26 partidos se juegan en un suspiro. El caso es que cuando me preseleccionaron por primera vez para jugar contra Francia sufrí una grave lesión en el ojo que pudo haberme retirado.
LB – ¿Qué sucedió?
FC – La preselección española jugaba un partido contra el Real Madrid en el Frontón Fiestalegre, y en un lance de partido en el que Willo Galíndez y yo disputábamos un balón, se produjo la lesión: al intentar capturar el balón, que ya tenía yo en mis manos, Galíndez me metió el dedo en el ojo derecho con mucha fuerza, dañándolo, fue dolorosísimo. Al principio, al ser examinado, hubo diversidad de opiniones. Algunos dijeron que no era nada grave, pero el caso es que no he vuelto a ver por ese ojo. Tuve que pasar más de un año sin jugar, y volver a hacerlo fue muy complicado. Me costaba horrores tirar, el sentido de la distancia lo había perdido por completo. A base de echarle horas logré volver a las canchas y me volvieron a seleccionar, con lo que finalmente logré ser internacional en los Juegos del Mediterráneo de Barcelona en 1955.
LB – Toda una historia de superación…
FC – Sí, de hecho fue en esas condiciones, sin visión ninguna en el ojo, como fiché por el Real Madrid y el Estudiantes, los mejores años de mi vida deportiva.
LB – ¿Cómo lograste volver a adaptarte al juego con la visión espacial tan mermada?
FC – Aprendiendo tus propios trucos. Solía irme a jugar al lado derecho del campo, ya que ése era el lado por el que no veía, y así, con el izquierdo, podía ver toda la cancha, mientras que el derecho abarcaba un área que en su mayoría estaba ya fuera del campo. También me gustaba mandar mucho en el campo, dirigir a mis compañeros, por eso luego me hice entrenador, así que entre unas cosas y otras, logré desarrollar una larga carrera deportiva hasta que me retiré en el Agromán.
LB – ¿Siempre habías tenido esa vocación por entrenar?
FC – Sí, me gustaba mucho. De hecho, lo hice en todas las categorías federativas que existían en el baloncesto español, durante más de 35 años consecutivos, sin dejar de hacerlo ni una sola temporada. Creo que debo ser, sino el único, uno de los pocos que lo ha hecho. En el segundo curo nacional de entrenadores logré sacar el número uno de la promoción y conseguí ofertas de equipos de toda España. De hecho, la federación española me llamó para comunicarme que la portuguesa se había interesado para contratarme para llevar a su selección, pero las circunstancias personales no me permitieron poder aceptar. Tenía ya cinco de mis siete hijos, todos pequeños, así que marcharnos a Portugal era difícil, porque además la contraprestación económica no compensaba. Yo trabajaba en una empresa constructora, Agromán, y la oferta no era lo suficientemente alta como para dejarlo. Rechacé muchas ofertas y me dediqué a entrenar a muchos equipos en Madrid, creando escuelas, como hicimos en los Salesianos de Atocha.
LB – Entre tus jugadores más ilustres figura un histórico como Alberto Herreros…
FC – Así es. Su tío Alfonso me comentó que tenía un sobrino alto al que le gustaba mucho el baloncesto, así que le pedí que me lo mandara a los Salesianos de Atocha. La verdad es que entrenó conmigo poco tiempo, porque enseguida se lo llevó el Canoe, algo que entendí, porque allí iba a tener muchas más oportunidades para salir adelante.
LB – Volviendo a tu época como jugador, ¿cómo era el ambiente en el emblemático Frontón Fiestalegre?
FC – Me gustaba mucho. La atmósfera que había en Fiestalegre era muy especial, venía mucha gente, sobre todo en partidos de Copa de Europa o ante el Barça. Se llenaba y había que poner gradas detrás para que entrara más gente. Allí tenía la sede el club y se pasaban los jugadores de fútbol, creando un gran ambiente, era algo muy bonito. Recuerdo que al terminar los partidos pasábamos por el bar del frontón y allí nos tomábamos una cerveza con los aficionados.
LB – Por último, y cómo miembro activo de la Asociación de Jugadores del Real Madrid y de su Junta Directiva. ¿Qué te atrajo de la asociación para que decidieras formar parte de ella?
FC – Me atraía mucho la idea de reunirnos y poder ver a amigos, a gente con la que has jugado o con la que has tenido contacto. Es uno de los motivos fundamentales que me hicieron venir. Más tarde, he visto las actividades que se desarrollan en la asociación y me parecen francamente bien, desde el aspecto solidario hasta los partidos que se disputan a lo largo del año. Creo que formamos un gran grupo con jugadores de muchas generaciones, y eso es algo muy positivo.