FernandoMartin2A continuación, reproducimos el relato ‘Desde la grada’, escrito por Juan Manual Sainz, ganador del primer premio del I Concurso Literario de la Asociación de Jugadores de Baloncesto del Real Madrid.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

‘Desde la grada’  

 

Tal vez digáis que soy leyenda, aunque ahora no creo ser más que una sombra, un recuerdo recostado en la evocación de los que ya peinan algunas canas ―o muchas―, nostálgicos del pabellón de la Ciudad Deportiva, aquella pista que, oscura y solemne, nos vio sudar, cuando ni la reglamentación ni el tiempo habían trazado siquiera la línea que convertiría las canastas de dos puntos, en anotaciones de tres, y la botella era tan botella que hasta ponía “Soberano”.

 

Todavía tengo en la retina, como las últimas gotas de agua que se escapan de entre los dedos, las gradas llenas, las banderas ondeando al aire colapsado. Resuenan en mis oídos, como en un himno letánico y feroz aquel “¡Hala Madrid! ¡Hala Madrid! ¡Hala Madrid! del Torneo de Navidad, esos partidos que a veces, cuando niño, veía en el antiguo Telefunken, con mi casa oliendo a pavo guisado y a turrón mientras el timbre anunciaba la llegada de mis primos, ¿verdad, hermano?

 

Murió aquel campeonato navideño de madridistas y macabeos, ―que eran los que casi siempre volvían a casa recién nacido el invierno―, y se colaban junto a Juanma o Quique con ese calzón corto y esas camisetas que mostraban la piel musculada, sin un solo tatuaje de los que hoy lucen algunos jugadores con tanta profusión que parecen convictos de la cárcel del mal gusto.

 

Antes, sí, el tiempo corría más despacio. Tanto, que la vida duraba treinta segundos. Ahora, maldita sea, va todo tan deprisa que solo llega a veinticuatro. ¡Ha cambiado todo tanto que ya casi nada es igual! Ahora los jugadores se sientan en los tiempos muertos, cansados y olvidadizos parecen, pues ha de tomar el entrenador una pizarra para explicarles qué hacer si las cosas vienen mal dadas.

 

Se ha trasformado todo: el color gris de las camisetas de los árbitros, las canastas, que ya nunca cuelgan del techo, los gestos, los pases. Todo es distinto. Nada es lo parecido. Desde aquí, ahora que está la grada vacía y los chicos se duchan en nuestro vestuario, en el que nunca dejamos que el olor del sudor sucumbiera al de la derrota ―Lolo en eso también fue maestro―, pienso en tantos partidos; en tantos viajes; en lo que pudo haber sido y no fue; cuando perdíamos y eso nos rompía el mismo pecho donde llevábamos bordado con sangre el escudo que abrigó nuestro corazón tan blanco.

 

Soy un nostálgico, no lo niego. Me resisto a que aquellos tiempos se olviden o solo vuelvan en añejos reportajes que da la televisión con unos comentaristas tan jóvenes que hablan de cosas que nunca conocieron:

 

“Sin problema para Juanma Iturriaga”, decía Héctor Quiroga, y allí iba aquel barbudo vasco, aguerrido y caliente, “Dos puntos más…” Héctor…, amigo. ¡Qué tiempos!¿Y aquellas camisetas bordadas con el escudo del Real Madrid y las letras de nuestro club? Ese uniforme me trae a la memoria las fotos de Raúl Cancio, las anotaciones sesudas de Paquito Amescua, el salto y la bronca de Lolo: ¡Despertad chavales… me cago en la…! Y luego aplaudía poco antes de merendarse a los árbitros con la siguiente jugada.

 

Nunca pensé que escribiría todo esto sentado aquí, a solas, delante del inmenso baúl que siempre es la vida, el pasado. Pero es que al cerrar los ojos veo nuestras canastas imposibles, la lucha de Romay ―minuto doce, tercera falta: “joder, Fernandito, esconde la mano”―, nuestras Copas de Europa, forjadas con sudor y lágrimas.

 

Ahora he de marcharme. Pero pronto volverá a rugir la grada, a volar el alma madridista con el aliento de los nuestros. Y yo, aunque no lo creáis, estaré justo a tu lado, en esa silla que crees vacía. Veré el partido y seguiré abrazando la victoria y odiando la derrota. Y soñaré con que vosotros, compañeros. Pronto podré volver a brindar por los viejos tiempos. Y quizá, si queréis, podamos ponernos otra vez aquellos pantalones y aquellas camisetas de tirantas. Y volaremos en pos de otro triunfo. Y olvidaremos los sinsabores de la tristeza y el anhelo. Y seguiré estando entre vosotros ―en realidad nunca me marché―.

Mientras, seguid siendo leyenda. Yo, en tanto, aguardaré, asomado al balcón de la memoria, porque al fin y al cabo eso es lo que, compañeros, nos hace eternos.

 

Un abrazo,

 

Fernando.


Juan Manuel Sainz es escritor

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