salanerReproducción de la columna de opinión publicada por Vicente Salaner en el diario ‘El Mundo’ el pasado lunes 15 de noviembre.

 

 


 

El Real Madrid tiene un lujo que ya quisieran para sí los demás equipo profesionales. No, no sólo de baloncesto, sino de cualquier deporte colectivo. Se trata de la Asociación de Jugadores de Baloncesto del Real Madrid, un grupo de amigos extraordinariamente unido, activo –su equipo de veteranos es un ejemplo de amor al deporte por el deporte- y, sobre todo, comprometido con el espíritu y la historia de un club al que ellos –no otros- han hecho grande.


El viernes pasado esas leyendas de nuestro baloncesto festejaban a un viejo rival y amigo, Carlos Pellandini, aquel listísimo base internacional argentino al que veíamos en los Torneos de Navidad de los años 60 y 70, y lo hacían como a ellos les gusta, con una cena prolongada hasta las dos de la madrugada en una larga sobremesa de recuerdos. Y también de discusiones sobre el presente y el futuro del baloncesto blanco. Cosa inhabitual, un plumilla sin ningún mérito para estar allí –salvo quizá l de ser igual de veterano y haber compartido algunos de aquellos remotos día de gloria- se sentaba en aquella mesa junto a los Wayne Brabender, Vicente Ramos, Vicente Paniagua, Cristóbal Rodríguez, Rafa Rullán o Juan Corbalán. Qué privilegio…


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Quienes hayan leído los artículos de Corbalán en Marca o el blog de Juanma López Iturriaga saben ya del interés, la preocupación y, a menudo, el sentimiento de decepción con que los mejores jugadores de la historia del Real Madrid siguen día a día las vicisitudes de su equipo. Y las siguen desde hace demasiados años: todos los citados han sobrepasado los 50 y a veces los 60. Y es que, con pasajeros rebrotes gracias a algunos fichajes foráneos –Petrovic, Sabonis– y al demasiado breve recorrido blanco del gran Fernando Martín, los tres decenios desde la muerte de Bernabéu y la marcha de Saporta han sido un vía crucis espamódico de presidentes sin interés por el baloncesto –pero a los que a veces les convenía explotarlo-, directivos de variopinto pelaje, grandes dispendios absurdos y grandes recortes dañinos, mientras aquella gran cantera blanca desaparecía del mapa y los entrenadores se sucedían en un carrusel enloquecido.


Pues bien, lo que opinan unánimemente los grandes veteranos es que hay que recuperar el espíritu y la estabilidad: una dirección solvente y creíble de la sección, con autonomía bajo la presidencia del club y plan a largo plazo con el primer equipo -más reconstrucción de la cantera-, tarea para la que no ven un entrenador europeo mejor cualificado que Ettore Messina, que además está ya en la casa y sólo precisa del respaldo necesario -respaldo hoy fluctuante- y de una mejor estructura.


Estos sabios deberían ser mejor escuchados por un Florentino Pérez que prefiere dejar el engorro baloncestístico en manos de diletantes, sin aprovechar la experiencia y, no digamos, la categoría profesional demostrada tras dejar el deporte por quienes de jóvenes lo ganaron todo en el club. ¿Por qué no está uno de ellos (“no de los más viejos, que se nos ha pasado el arroz”) ahí, en paralelo a Valdano? ¿Por qué se desprecia al mejor elenco de ex jugadores del mundo?

 

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