vicente_ramosHay ocasiones en las que un viejo negativo fotográfico es capaz de capturar la esencia del baloncesto con mayor precisión y elegancia que cualquier grabación actual en alta definición. En una época en la que la fotografía digital era pura ciencia ficción, donde los carretes aún se revelaban en un cuarto oscuro y las únicas tarjetas que se conocían eran las de visita o las de crédito -nunca de memoria-, Jacinto Maillo, fotógrafo ya fallecido, consiguió congelar con su Leica de 35 mm. una instantánea que no ha perdido un ápice de fuerza 50 años después de que el objetivo de su máquina de la legendaria marca alemana enfocara y detuviera en el tiempo la figura de Vicente Ramos, una leyenda del baloncesto del Real Madrid.

 

Corría el año 1971 -en concreto un frío 9 de diciembre- y el Real Madrid medía sus fuerzas ante el Tus 04 Leverkusen de Alemania en la jornada de cuartos de final de la Copa de Europa, que tenía lugar en el pabellón de baloncesto del Real Madrid, posteriormente rebautizado como Raimundo Saporta, ubicado en la desaparecida Ciudad Deportiva del madrileño Paseo de la Castellana. Los de Ferrándiz luchaban por llegar a la final y levantar una copa de Europa que se les resistía fundamentalmente por la oposición del Varese italiano, el equipo más en forma en aquellos momentos.

 

Maillo, contratado por la Agencia Efe, tenía su cámara orientada en formato vertical, y no apaisado como hubiera exigido el plano, ya que la tenía dispuesta para coger imágenes de rebotes en la canasta alemana. Ramos presionaba con furia al base Klaus Grenlich, que luchaba por llegar con el balón al campo contrario a pesar de la severa oposición del perro de presa rival. Pocos metros antes de llegar a medio campo, Grenlich rebasó al base salmantino por su derecha, pero éste, rápido de reflejos, extendió su brazo por detrás de su costado izquierdo hasta tocar el balón, que quedó suelto en tierra de nadie. La inmediata reacción y el gesto heroico de Ramos quedaron plasmados en esa preciosa imagen en blanco y negro. Su cuerpo se tensó como un arco llegando a dibujar una paralela casi perfecta con el durísimo suelo de parqué del pabellón, logrando que su brazo derecho apartara el balón de las manos del jugador teutón para atraerlo hacia terreno seguro.

 

RAMOS

 

Un segundo después, con el balón a salvo tras la plástica “plancha”, Ramos le daba un certero pase a Clifford Luyk, atento a la presión de su compañero mientras defendía al pívot Norbert Timm, el jugador más próximo al base alemán. El espigado pívot, que en aquella época ya compartía la nacionalidad española con la norteamericana, recibió el pase a un paso de la zona alemana y tras dar un sólo bote hundió el balón con fuerza en el aro con la mano derecha. El público asistente al partido, rendido ante el esfuerzo de Ramos y la vistosa canasta de Luyk, estalló en una larga ovación. El choque no tuvo demasiada historia, tal y como reflejó el marcador a la conclusión del mismo: un aplastante 113-63. Y es que el partido no pasaría la historia por su abultada diferencia, que quedaría olvidada como un dato irrelevante frente al recuerdo imborrable que ha quedado en la retina de todos los se hayan enfrentado en alguna ocasión a la imagen, estática y majestuosa, de un jugador de baloncesto sacrificando su cuerpo por rescatar un balón que muchos hubieran dado por perdido.

 

 

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